Oscar Wilde escribe “Con las mejores intenciones se obtienen, la mayoría de las veces, los peores efectos”.
Y en este tipo de dinámicas este aforismo adquiere un gran significado. Muchos de nosotros como adultos, hubiésemos querido que nuestros padres hubiesen actuado de manera distinta con respecto a ciertas modalidades de crianza. Quizás, en algún momento de nuestra infancia, nos sentimos abandonados o rechazados y bajo esa percepción desarrollamos la creencia que ellos no se ocuparon de nuestras necesidades, generando un patrón emocional que mezcla la rabia y la tristeza, ligado al lenguaje que hace ese niño o niña interna de: “Yo lo hare diferente a ustedes”
De esta manera esta frase se guarda en algún archivo de nuestra memoria inconsciente y que en algún instante del futuro el recuerdo se hará presente, creando a través de esa premisa una realidad igual o diferente.
¿Qué sucede entonces cuando llega el momento de ser padres?
Teniendo esta impronta de querer hacerlo mejor que nuestros padres, vamos forjando un código en los hijos de “Te doy lo que a mí no me dieron” y esto ya contiene para los hijos una carga anexa, que más que sentirse bendecido, se siente culpable, de recibir lo que nosotros no recibimos.
Nuestras dinámicas se dirigirán a establecer un modelo de padres sobreprotectores o sacrificante (mira lo que hago por ti; todo lo hago por ti)
Entonces abordamos el tema de la educación desde la perspectiva de “no quiero que te pase lo mismo que a mí” y comenzamos a traspasar nuestros miedos a ellos con la “intención de querer proteger”, mas lo que en realidad estamos fomentando es la inacción y falta de voluntad de afrontar las situaciones asumiendo los costos.
Ejemplo cuando el hijo está entusiasmado con un viaje escolar y nos encargamos de pasarle el botiquín de emergencias y hablarle sobre los peligros del mundo. ¿Cómo crees que se siente ese niño que está descubriendo la vida?
Cuando haces todo por ellos, tareas, buscar material escolar, investigar, responsabilidades hogareñas y además lo haces desde la autoridad y argumento dictatorial “Yo lo hago por ti, porque te quiero, mira que buena madre o padre soy” “Por eso haz lo que digo que te irá mejor” Esta dinámica genera en los hijos una profunda tristeza porque sienten que no confías en ellos, y por ende también generan una desconfianza hacia los padres porque se sienten amados de manera condicional. Le estas quitando la manera en que ellos desean experimentar el mundo y cómo quieren descubrirlo y construirlo.
Al querer que lo hagan a tu imagen y semejanza sólo estás proyectando tus carencias en ellos. Y eso los hijos lo resienten.
Aquí la asistencia hacia los hijos es rápida, no alcanzan a pedir cuando tienen en sus manos lo solicitado. El día de mañana, cuando sean adultos exigirá al mundo la misma asistencia que como padres proveíamos.
Te preocupas por saciar cada necesidad e incluso más allá, haciendo los grupos de whatsapp con los apoderados del colegio para estar atenta a los requerimientos escolares antes que el niño los pida. Vives enviándoles mensajes preguntando ¿Dónde estás? ¿Con quién estás? Sin dejar un margen de espacio para desarrollar su individuación (estamos hablando de posiciones extremas)
Es también interesante dentro de estas dinámicas, cuando nuestros hijos nos cuentan una situación emocional que a ellos les afecta y nosotros como padres las padecemos por ellos y nos angustiamos incluso más que ellos, donde podremos escuchar la frase “Pobre de mí, mira lo que le sucede a mi hijo!” y en vez de guiarle para que pueda gestionar sus emociones, ante el espectáculo inhiben su sentir, asumiendo que lo que a ellos les sucede no es válido, entonces se perciben desamparados y abandonados.
Los cambios de los padres de pasar arbitrariamente de lo autoritario al infantilismo, genera en los hijos una inestabilidad emocional enorme, porque no pueden tomar su lugar de hijos dentro del sistema familiar. Esta dinámica les genera desconcierto y confusión. Lo más probable que a futuro no logre desarrollar adecuadamente habilidades sociales y prefiera la soledad a establecer vínculos con otros.
Y por último la estigmatización de los hijos, ejemplo decirle: Estas gorda a una hija. Aunque tu afán se apoyarle a que cuide su cuerpo, este estilo de expresiones lo que hacen en realidad es profundizar la herida de la estima personal del hijo. Y en vez de sentirse amados de manera incondicional, se sienten condicionados a cambiar, para ser amados. Generando una profunda herida, ya que deja de ser auténtico, para aprender a construir su vida desde lo que los otros piensen de él o ella.
¿Qué hacer?
Primero sanar el vínculos con tus padres, comprendiendo que lo que brindaron fue lo mejor que pudieron hacer. Y que para ti estuvo perfecto ya que gracias a todo lo que fue, hoy te permite ser la persona que has decidido ser.
Luego puedes establecer dinámicas que potencien la gestión emocional de los hijos, escucharles activamente sin juicio y entregarles sugerencias de cómo expresar sus emociones.
Dejar que tengan responsabilidades en casa y escolares y que sean ellos mismos quienes resuelvan sus conflictos y si se acercan para solicitar ayuda, atender a sus requerimientos.
Establecer una relación de adulto con los hijos.
No etiquetar a los hijos.
Dejar que desarrollen su capacidad asertiva a través del libre albedrio, confía en sus decisiones y apóyales si estas no llegan a buen puerto desde la sabiduría de tu historia de vida. No transmitiendo desde el miedo, sino que tu narrativa sea inspiración para él o ella, comentando de qué manera pudiste abordar y afrontar la situación. Y cual fue el aprendizaje de vida que dejó esa historia.
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