El ser humano presenta diversas inteligencias, que interactúan entre sí colaborando, asociando e interactuando de manera activa para la evolución personal, de cada individuo.
Para poder explicar este contexto, podríamos hablar de “las edades que contiene el ser”. Estas se pueden agrupar en 4, una edad biológica o física, otra edad intelectual o mental, una edad emocional y por último una edad espiritual. Todas se desarrollan y potencian, gracias a las experiencias de vida que vamos experimentando. De esa manera vamos construyendo nuestra visión de mundo.
A veces, esas experiencias suelen ser dolorosas y ante el trauma que provoca, el desarrollo armónico de estas etapas, tiende a truncarse. Cuando esto se presenta, basta con que una de estas fases comience a cojear, para que las demás vayan en su auxilio a colaborar y nivelar “la cojera”. Dónde en esa colaboración, puede ocurrir un desequilibrio que afecte el rendimiento a nivel generalizado.
Ejemplo 1: Un golpe fuerte en la cabeza, con daño concreto, puede afectar el área intelectual y por efectos colaterales el área emocional, lo que nos conlleva a mermar el desarrollo en el área espiritual.
Ejemplo 2: En caso de una depresión el área dañada es la emocional, repercute en la evolución de la zona espiritual, afecta biológicamente con agudo cansancio que por consiguiente disminuye nuestro rendimiento intelectual.
Como pueden ver, todo actúa como una red, que al verse afectado en un tramo, este daño repercute como eco en las otras zonas cerebrales.
¿Qué sucede entonces cuando existen experiencias emocionales traumáticas en la infancia?
Las emociones son señales internas que nos permiten adaptarnos al entorno cada vez que algo cambia. Los sentidos envían información al corazón y este a su vez las envía al tronco cerebral y de allí se desencadena una reacción química y hormonal.
El ahogar las emociones internas de ira y de dolor (emociones primarias) es como poner un tapón a los desechos que necesitan ser evacuados. Imagina si esa emoción que no supo cómo expresar en su momento, ya sea por falta de expresión en el lenguaje, porque le dijeron que era malo llorar o sentir rabia, o simplemente le dieron la orden de no exteriorizar sus emociones.
Eso que queda allí, se asila en alguna parte de nuestra memoria a largo plazo. Donde una constante sensación puede enviar señales cerebrales inequívocas, algún órgano del cuerpo. Y eso, a largo tiempo, puede crear síntoma para luego desarrollar una potencial enfermedad.
Pero saben ¿Cuál es ese daño que no se ve pero se siente?
Todos en algún momento de nuestras vidas, sufrimos alguna situación que nos descoloca y no sabemos cómo manejarla de manera adecuada. A veces para los padres estas situaciones pasan desapercibidas. ¿Sabes por qué? Porque ellos ven el mundo desde sus anteojos, creyendo inconscientemente que los hijos, por ser parte del núcleo familiar, observan el mundo, con los mismos anteojos que ellos.
Me ha tocado observar conversaciones entre padres e hijos, en donde el niño responde asintiendo a lo que el adulto dice. Luego, les pregunto a los pequeños qué fue lo que comprendieron del mensaje de sus padres, respondiendo desde lo que “creen que es” y no desde lo que realmente sus padres quisieron comunicarles. Así mismo, sucede entre la relación de adolescentes con sus progenitores.
Mientras tanto, el niño o adolescente a medida que van creciendo va adaptando las emociones y transformándolas, decorándolas de distintas maneras, con el afán, de no lidiar con el verdadero sentir. Así, se asegura no encontrarse con aquello que le daña. Evita enfrentarse y afrontar el dolor o la rabia, con experiencias que traen al presente la herida emocional que percibió en su niñez.
¿Pero, por qué esa situación queda enfrascada en su percepción de niño?
Es lo mismo, cuando de pequeña (o) observabas la casa de tus abuelos como una enorme mansión. Y si no regresas a ella durante años. Tú percepción y lenguaje es: “La casa de mis abuelos, era enorme”. Cuando de repente te encuentras con una casa de mediano tamaño y te preguntas:
-¿Y esta casa de quién es?
En algún momento de la vida, aquello que nos afectó nos estanca y daña el proceso evolutivo normal de nuestro desarrollo emocional. Por ello, existen adolescentes o jóvenes, donde los padres se enfadan porque no asumen responsabilidades de acuerdo a su edad, no aprenden, y no manifiestan el más mínimo interés de querer emprender algún proyecto o sueño personal.
Vamos a explicar de manera sencilla, esa persona está funcionando emocionalmente desde el niño (a), por ende su mundo lo construye desde esa visión, aunque sea adolescente, joven o adulto. Porque en algún momento de dolor, rabia o terror algo perdió. Aprendiendo como dijimos anteriormente a sobrevivir, porque desconfía de la vida, queda ese “ruido interno de decirse … ¿Y si me hace daño? Y dentro de ese miedo, se oculta un niño que teme crecer, emocionalmente, para evitar ser dañado nuevamente.
Esa orientación sobre el mundo, repercute en sus aprendizajes y en su desarrollo evolutivo.
¿Cómo? Atendiendo y comprendiendo la vida, desde la mirada de un niño. Porque al ser concreto- descriptivo, sólo tomará aquello que pueda percibir y describir, como real. Lo abstracto será un problema porque no asociará información con las experiencias. Por ende le costará mucho realizar hipótesis, inferir información, filosofar, desarrollar pensamiento crítico, expresarse con amplitud de vocabulario, tomar decisiones asertivas, trabajar para proyectos a largo plazo, realizar conjeturas y lo más importante le costará observar las causas y los efectos de las experiencias, por lo que no se hará responsable de ellas y exigirá de la vida y de los otros un amor incondicional, porque siente que le deben algo. De esa manera comienza a proyectar su disfunción emocional en su realidad presente. Como también manifestará su incapacidad de amarse y amar sanamente. Pese a que ya puede ser un adulto, experimentará la vida como un niño.
De modo que el problema de muchas de las dificultades de aprendizajes y bajo rendimiento escolar, se esconden eventos emocionales, que no han sido pesquisados, ni gestionados y por ende tenderán a manifestarse a través de conflictos, en la integración y la asociación de conocimientos con las experiencias de vida.
Esto, puede afectar diversas etapas de nuestra existencia, si es que no es trabajado. Corriendo el riesgo, de vernos enfrentados a situaciones extremas.
Sugerencias
-Verifica si lo que hablas a tus hijos, ellos lo comprenden
-Si tiene bajo rendimiento escolar, antes de llamarle la atención, conversa con él. Desde un lenguaje que los hijos entiendan.
-Si percibes alguna actitud de temor, indaga más con algunas preguntas y dirige tu atención hacia ello. Puede ser que te entreguen una importante información
-Si conoces alguna situación que pudo haber provocado un trauma en tu hijo, entonces crea instancias afectivas donde ambos padres puedan brindar la seguridad, confianza y amor que requiere para seguir avanzando en su desarrollo.
-Si es muy pequeño y no puede expresarse con dificultad que dibuje.
(También se puede aplicar a personas en situación de discapacidad) verifica los colores que utiliza. Todo es un lenguaje.
-Si comienza a bajar las calificaciones y no es capaz de repuntar, recurre a un especialista en psicología o psicopedagogía, para una terapia familiar.
-Colabora a que los hijos puedan expresar y gestionar sus emociones de manera sana
-Escucha con todos tus sentidos, lo que tengan que decir
-Si te sientes reflejado como adulto, recurre ayuda profesional para iniciar un camino de sanación que te permitirá no desarrollar las mismas pautas de comportamiento en los hijos.
Claudia Rodriguez Rolin
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