Para poder mostrar el mapa y su ruta hay que comenzar por hablar de la epigenética, que según la definición del Dr. Manel Esteller es “lo que se manifiesta y el cómo actúan los modos de vida sobre nuestros genes. Siendo la epigenética algo así como el interlocutor del ambiente con la genética”. Es el diálogo o vinculación que se establece entre nuestro genoma y el ambioma (se conforma por elementos no genéticos y que están presentes en el entorno del individuo, que unido al genoma contribuye al desarrollo, funcionamiento y construcción del ser humano)
El doctor en su libro “Yo no soy el ADN” nos menciona que sólo una décima parte del material genético heredado por nuestros padres se encuentra entregándonos una tendencia a ser de una determinada forma y/o a desarrollar una enfermedad por ejemplo. Y que el otro 90% estaría determinado por las experiencias del medio y por nuestros hábitos.
Conrad Waddington uno de los fundadores de la biología de sistemas, nos menciona que la epigenética es como la rama de la biología que estudia las vinculaciones que pueden ser posibles entre los genes y el medio ambiente, siendo lo que de allí nace, el resultado que obtenemos como “patrón de funcionamiento” llamado fenotipo, que puede definirse como la expresión variable de un tipo de información inserto en un ambiente determinado.
Cada ser humano cuando es fecundado, su ADN se encuentra en un estado “puro”, es decir que allí se encuentra la herencia parental y la de los ancestros sin intervención alguna del medio. Pero en la medida que el feto se va desarrollando y creciendo dentro del vientre materno, este ADN puede experimentar una serie de transformaciones que lo llevarían a modificarse, obteniendo como resultados aspectos positivos como otros más vulnerables.
El vínculo que establece el feto con la madre es esencial, lo que a ella le afecta emocionalmente, ya sea a través del placer, del stress o del dolor, genera movimientos químicos que es captado por el feto y que puede influir en nuestro ADN modificándolo y reconfigurando su estructura. Es como si un mapa con un trayecto establecido modificara su ruta debido a diversos eventos externos que le obligan a cambiar el rumbo. Esta transformación actuaría como mecanismo de sobrevivencia.
Y esto será así a lo largo de toda nuestra existencia, donde el placer, stress y el dolor jugarán un papel trascendental en nuestro proceso de modificación celular, adaptabilidad cerebral, comportamiento de funciones biológicas, desarrollo psíquico y regulación emocional.
Cuando las experiencias que nos ofrece el entorno, comienzan a intervenir es cuando hablamos de neuroplasticidad cerebral, es decir, la capacidad que tiene el cerebro de adaptarse y cambiar el comportamiento, a todos los niveles del ser, desde nuestra epigenética hasta nuestras propias conductas, pensamientos, manera de relacionarnos, de aprender, las creencias, valores e incluso emociones.
Estas reprogramaciones cerebrales (mediante la neuroplasticidad) son transmitidas desde nuestro ser interno, siendo la manera cómo vamos comprendiendo y percibiendo nuestra interrelación con el mundo, pudiendo ser desde la confianza o desde la inseguridad. Donde a través de procesos de neurotransmisión, se van activando y desactivando ciertas zonas cerebrales creando redes neuronales, y que dependerá del estímulo que reciban.
Estos estímulos constantes se convierten en información, los cuales se guardan en nuestra memoria.
Siendo esta memoria emocional o cognitiva la que actúa e influye en nuestro comportamiento.
Este proceso de interconexiones sistémicas, genera movimientos e interrelaciones a nivel químico, los cuales pueden modificar o alterar la organización y el funcionamiento de nuestros sistemas celular, neuronal, biológico y psicológico.
De igual manera estas adaptaciones actúan a través de lo transgeneracional, es decir a través de la información genética recibida de nuestros padres y ancestros más situaciones del medio similares a la que ellos vivieron, pueden predisponernos a repetir ciertos sucesos o enfermedades de diversas maneras.
Según estudios conducidos por la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, en 1992 analiza los efectos del hambre en bebés concebidos durante la segunda guerra mundial. Según menciona el libro “El impacto de las emociones en el ADN”, los hijos tuvieron un peso inferior a la media al nacer. Esto no es sorprendente si tomamos en cuenta el contexto histórico, sin embargo lo asombroso es que esos hijos a lo largo del tiempo se alimentaron correctamente y cuando llegó el momento de ser madres también sus hijos nacieron con bajo peso. Lo que implica que la hambruna se transmitió a nivel generacional.
Cuando el ambiente presenta experiencias estresantes o traumáticas, estas pueden ser superadas a través de la capacidad de adaptación que desarrolle la persona, en este caso hablamos de crecimiento de su capacidad de resilencia.
Sin embargo, si esto no sucede, se transformarán en aspectos vulnerables dentro del sistema, las cuales tienden a permanecer y prolongarse hacia las generaciones siguientes. Corriendo el riesgo de estar predispuestos a que enfermedades, hechos, fechas, secretos familiares, entre otros, puedan repetirse porque parte de esa información genética aún se mantiene en ellos.
Es así como a través de los aprendizajes adquiridos vamos adaptándonos y construyendo nuestras fortalezas y debilidades dejando una huella en el sistema interno, es decir grabando en nuestro ser un nuevo patrón genético y que puede ser transmitido transgeneracionalmente por diversas vías y no sólo reproductoras.
Aunque por mucho tiempo se creyó que heredábamos de nuestra ascendencia los genes de manera inalterada, estudios en estas últimas décadas que no sólo se encuentran desde la ciencia empírica, sino que también existe un abordaje desde lo fenomenológico, se ha logrado construir el “genosociograma” siendo un método desarrollado por Schûtzenberger y que trata de un genograma (mapa genético) que pone énfasis en los fenómenos sociales y lealtades invisibles dentro de la familia, observando una serie de coincidencias en las situaciones y experiencias de vida que en ocasiones se repetían hasta 7 generaciones siguientes.
Podemos mencionar entonces que, los posibles modelos disfuncionales que adoptamos y que se trasladan de generación tras generación, derivan de situaciones traumáticas y dolorosas, las cuales se reiteran con el afán de poder resolver esa repetición compulsiva.
Lo asombroso de todo esto es que, este proceso se encuentra interconectado y a su vez es interdependiente a eso se le ha llamado “Concepción sistémica” los cuales son considerados como patrones, que se interrelacionan desde su propia funcionalidad y que establecen una especie de plan con el que iniciamos la experimentación de nuestra existencia y que viene dada al momento de nacer.
Desde este plan de acción inicial, se plantea que los mecanismos epigenéticos juegan un papel mediador entre los eventos ambientales y psicológicos los cuales pudiesen modificar o alterar el desarrollo cognitivo, emocional y psíquico de la persona.
Si bien es cierto existe una patrón genético heredado que se encuentra predeterminando ciertas circunstancias es necesario tomar en cuenta en nuestro rol de padres la importancia que genera el establecer un vínculo de afecto sano con nuestros hijos, durante los primeros años de vida.
El apego que desarrollemos con ellos, permitirá regular su capacidad de expresión y cognición donde van adaptándose a través del sistema de neuroplasticidad. En la medida que lo hace, se construye un nuevo patrón y con ello una nueva memoria, el cual le va a permitir regular procesos no sólo en ámbitos cognitivos sino que también fisiológicos, psicológicos y emocionales que optimizarán las funciones de todo su organismo.
Ansermet (psiquiatra) y Magistrelli (biólogo), ambos suizos, mencionan que mediante estos caminos de plasticidad que tiene nuestra estructura neuronal, es como el sujeto se va adaptando al medio, siendo quien se encarga de alejarle del “destino genético” y que sería este el mecanismo responsable que hace a un sujeto único.
Este enfoque les permite a ustedes, tener una mayor comprensión de los aspectos genéticos que podemos haber traspasado a nuestros hijos y del ambiente que estamos propiciando. Y observar si de alguna manera estamos construyendo la cuna para que la historia se repita desde la solución o desde la manifestación del problema.
Se han realizado estudios con ratas y se ha comprobado que:
1.– Ingerir medicamentos: Algunos niños que presentan dificultades de aprendizaje ya sea por una disfuncionalidad cerebral o por una raíz emocional se les hace necesario recurrir a tratamientos médicos. Estos aspectos se deben considerar si es realmente necesario. Como profesional y observando una realidad donde el sobre diagnóstico de trastornos en el aprendizaje se ha agudizado, es pertinente que observen acuciosamente y si se sienten insatisfechos ante un diagnóstico, puedan recurrir a otras instancias antes de llegar a la ingesta de medicamentos.
2.- Crear en casa hábitos saludables, como por ejemplo compartir con tu hijo a una hora determinada donde ese espacio se encuentre dedicado expresamente a ellos. Puedes además integrar hábitos de higiene, de Mindfulness o meditación para generar atención plena, de orden y responsabilidades, entre otros. Lo esencial es que el niño sienta que en ese rito constante hay un lenguaje de amor hacia ellos.
3.-Producir endorfinas; A través de los abrazos, reírse, sonreir, hacer deporte, masajes, baile, descansar, realizar una actividad que le interese, compartir, degustar una comida que le guste y la más trascendental ser consciente de su respiración son algunos ejemplos que pueden producir endorfinas tanto en niños como en el adulto.
4.- Transmitir desde el ejemplo: Recuerda siempre que lo que quieras transmitir a tus hijos primero es necesario que lo practiques tú ya que si no es así, el mensaje para ellos llegará de manera inconsistente y los cambios no se generaran con naturalidad, al contrario puede provocar un efecto adverso, porque inconscientemente desconfía.
Para ponerles un ejemplo recuerdo que como adolescente si bien es cierto tuve el permiso para fumar (hábito dañino), mi madre continuamente me decía que eso era perjudicial para la salud y sin embargo ella fumaba.
Entonces yo me preguntaba, desde esa mirada adolescente ¿Y si es tan malo, por qué ella no deja de hacerlo?
Sólo cuando fui adulta y tuve complicaciones en mi salud dejé de hacerlo (creando un hábito más saludable)
5.- Realizar como madre o como padre un trabajo personal que implique mejorar y transformar tus propias apreciaciones de la vida.
De esa manera te ayudas a ti mismo descubriendo todo tu potencial el cual te permitirá diseñar estrategias asertivas para que tu hijo pueda descubrir las suyas. Si quieres tener una visión más profunda sobre este tema puedes solicitar a un profesional constelar las dificultades de aprendizaje para observar el vínculo y el diálogo que se establece en esta programación para poder ayudar a superar las dificultades y reprogramar entregando nuevas herramientas y recursos a los hijos.
Muchos de nuestros talentos provienen de una herencia familiar a ellos se les llama “Habilidades naturales”. Al potenciarlas incrementando hábitos saludables, experiencias que inviten a descubrir, investigar, desarrollar otras capacidades estas ayudando a que tu hijo aumente sus aptitudes generando cambios positivos e importantes en su autoestima, sensación de seguridad y confianza en sí mismo.
Klaudia Rodríguez Rolin
Psicopedagoga, coach sistémico y escritora
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